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En el año 2005 un grupo de estudiantes de la licenciatura en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, guiados por la Dra. Marie-Areti Hers, realizó una serie de prácticas de campo para la observación y registro de arte rupestre en El Mezquital, Estado de Hidalgo, como parte de un seminario titulado “Relaciones entre arqueología e historia del arte”. Así dio comienzo una dinámica de trabajo que con el tiempo cristalizó en dos proyectos de investigación: La mazorca y el Niño Dios. El arte otomí: continuidad histórica y riqueza viva del Mezquital. 2010-2012. (clave PAPIIT 401209) y Arte y comunidades otomíes: metamorfosis de la memoria identitaria. 2013-2015 (clave PAPIIT 402113). Durante ambos proyectos se han documentado diversas producciones artísticas, tanto en arte rupestre como en conventos, iglesias, capillas, bordados e incluso en la vida ritual, las cuales dan testimonio de la fuerza creativa del pensamiento otomí y las maneras en cómo desde su propio ámbito ético y cosmológico han sido interpretados procesos históricos de gran trascendencia como la conquista europea y la introducción del cristianismo. Las investigaciones se han traducido en una serie de tesis, ponencias y publicaciones, así como en un abundante acervo de imágenes fotográficas y de filmaciones en video. A lo largo de estos trabajos se ha podido apreciar el interés genuino de numerosas personas de las comunidades por el estudio y la conservación de sus tradiciones y de sus artes; ha sido fundamental su disposición para recibirnos en sus casas y pueblos, permitiendo de esta manera el desarrollo de nuestro trabajo académico. La colaboración del Sr. Francisco Ramiro Luna Tavera, historiador otomí y coordinador del Seminario de Cultura Otomí de la Universidad Tecnológica del Valle del Mezquital, ha sido esencial. En este contexto, es menester y tarea de este proyecto, reunir los trabajos y ponerlos a disposición y discusión entre los estudiosos del tema y el público en general.
OBJETIVO Hemos visto también cómo las imágenes han sido el sostén de una memoria propia, frente a los profundos cambios que han enfrentado y siguen enfrentando dichas comunidades. Estas obras de arte nos permiten acceder a una historia contada por las mismas comunidades y no vista desde afuera, desde posiciones hegemónicas. Podemos apreciar desde otra perspectiva lo que fue el complejo fenómeno de la conquista y la formación del mundo colonial y aquilatar las fuerzas internas de las comunidades otomíes frente a cambios drásticos; lecciones de historia muy valiosas en circunstancias tan cambiantes como las actuales. El propósito central del proyecto es investigar, junto con comunidades locales, cómo el arte ha sido el soporte y la expresión de la memoria de la población otomí; nuestras experiencias anteriores nos han demostrado cómo, desde la pintura rupestre a las capillas de linaje y al calendario ritual actual, las expresiones artísticas han sido esenciales para la vitalidad de una tradición que constituye un sostén importante para enfrentar los profundos cambios de nuestros días. Pero estas mismas experiencias nos han convencido también de que este campo de estudio es particularmente propicio para enriquecer las relaciones de nuestro medio académico con las comunidades locales y la población en general, estableciendo condiciones de plena colaboración mutuamente enriquecedoras. En la actualidad hay espacios como el macroproyecto de la UNAM titulado Sociedad del Conocimiento y Diversidad Cultural o la UTVM, donde se reconoce la relevancia del saber de los pueblos indígenas y otros grupos culturales para el desarrollo del país. Este interés se ha enfocado sobre todo en el saber relacionado con la agricultura, la ecología, el aprovechamiento forestal, la pesca o la medicina tradicional; en el presente proyecto, pretendemos y queremos evidenciar la importancia que tiene el considerar las prácticas artísticas y el pensamiento filosófico que articulan la vida de estos pueblos indígenas, pues se develan como parte esencial de la vida cotidiana. Esta riqueza cultural sigue siendo desconocida o menospreciada aún por parte de la misma población local, por efecto de prejuicios muy generalizados, particularmente arraigados en el caso de la población otomí. Estos prejuicios permean no solamente en textos de amplia difusión como los libros de texto gratuito, sino también, y no en menor proporción, en la difusión de círculos académicos. El interés actual en diversas comunidades por dar el valor, preservar y dar a conocer sus tradiciones y en sí toda su riqueza cultural, se da precisamente en el contexto de circunstancias económicas y sociales adversas que pueden llevar a rupturas y pérdidas drásticas para el tejido social. Otro propósito del proyecto es ampliar nuestra área de estudio. Hemos podido comprobar, en efecto, que en regiones con población otomí que tuvieron relaciones históricas con el Mezquital, en particular en el contexto de migraciones, encontramos materiales para llevar a cabo comparaciones pertinentes, no solamente en cuanto a arte rupestre, capillas de linaje y rituales, sino también en otras manifestaciones artísticas como los textiles o las imágenes sobre papel amate. Pensamos en poblaciones de los estados de México, Puebla, Michoacán, Querétaro y Guanajuato, así como del este del estado de Hidalgo y la parte aledaña de Veracruz. Para establecer este tipo de colaboración, contamos con la reciente creación del Seminario de Cultura Otomí, en el seno de la Universidad Tecnológica del Valle del Mezquital (UTVM), con sede en Ixmiquilpan, con la cual el Instituto de Investigaciones Estéticas ha firmado en Septiembre de 2011 un convenio de colaboración. Este seminario tiene como originalidad reunir no solamente académicos y estudiantes de esta universidad, sino también a responsables rituales y otros miembros de diversas comunidades de la región interesados en seguir aprendiendo, aportando y fortaleciendo sus conocimiento. Los otomíes constituyen un grupo humano que ha tomado parte en el desarrollo histórico-cultural del Centro de México. Aunque es discutible su antigüedad en la región, se tiene certeza de su presencia desde, por lo menos, el período Epiclásico (600 a 900 e.c.) y su participación en la conformación de la Tula histórica. Pese a lo anterior fueron vistos a partir de los prejuicios más duros, al punto de considerarlos como un pueblo sin historia ni cultura propia; aunque los estudios realizados en las últimas décadas han demostrado lo contrario. También, este grupo se ha extendido a otra zonas, donde a pesar de adquirir ciertas peculiaridades y de autonombrarse según su variante lingüística, es posible encontrar rasgos culturales comunes. Los otomíes se han movido con pasos propios a través del espacio y el tiempo; encontraron diversas formas para mantener su cultura donde la negociación con los grupos dominantes fue primordial, así lo hicieron con los mexica y después con los españoles. Esta estrategia en la época colonial les permitió mantener su antigua tradición dotándola de nuevos significados tomados del cristianismo y, a la vez, creó los medios para expresar, pensar y decidir acerca de su devenir, convirtiéndose en partícipes de su propia historia. Pero una gran parte de esta historia no fue registrada en documentos escritos, para ello los otomíes encontraron en las expresiones artísticas y culturales la mejor manera para hacerlo: el arte rupestre, los murales pintados en las iglesias y capillas, los textiles, la ritualidad y la tradición oral. Es por eso que hoy en día estas expresiones, consideradas como parte de un patrimonio cultural, también son un testimonio vivo para comprender cómo los otomíes han preservado y transmitido su tradición, su forma de ver el mundo, su espacio, su tiempo, su historia. En esta página no pretendemos presentar todo el arte rupestre que puede ser atribuido con razonable certeza a comunidades otomíes. Nos centramos en dos regiones del Estado de Hidalgo, que tuvieron fuertes relaciones entre sí a lo largo del tiempo pero que constituyen entornos naturales muy distintos. La mayoría de los trabajos se centran en el Mezquital, y en particular en las faldas de la gran caldera volcánica del Hualtepetl. Con el paso del tiempo el arte rupestre llegó a hacerse presente en todas las barrancas que bajan desde lo alto y llevan los arroyos a reunirse con los ríos Tula y San Juan. Esta asombrosa abundancia de imágenes corresponde en gran medida a una tradición pictórica de pintura blanca que se inició a finales del período prehispánico cuando la región estaba bajo el mando de la Triple Alianza y perduró durante el período colonial, con algunos casos aún del porfiriato. Pero también hay manifestaciones de tradiciones artísticas distintas, tanto de épocas anteriores como de variaciones estilísticas y técnicas contemporáneas a esa tradición de pintura blanca. Por lo menos desde el período del Epiclásico (600 a 900 de la era) hasta ahora, la región ha sido poblada predominantemente por comunidades otomíes, con alguna presencia de nahua hablantes y en gran medida el arte rupestre dialoga con otras expresiones del arte y la cultura otomí como son los murales en iglesias y capillas, el arte textil y los rituales. En la Sierra Madre Oriental, las comunidades otomíes conviven con grupos de habla nahua, tenek y tepehua. El arte rupestre que se estudia aquí se encuentra en territorio que fue otomí hasta tiempos modernos y que puede ser entendido a la luz de los mitos y rituales otomíes de la sierra, como en el caso particular del culto a los antepasados. |
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